Ana tenía 42 años cuando su pareja, con la que estaba casada desde hace 17 años, le dijo que tenía algo que contarle. Cuando él le relató lo acontecido y cómo le había engañado con una compañera del trabajo, quiso morirse.
Tanto, que intentó quitarse del medio para dejar de sufrir. No fue la primera ni sería la última. Cinco años más tarde, separada, con dos hijos que casi no veía, la trajeron a mi consulta.
Aún puedo recordar el rostro de dolor al abrir la puerta de mi despacho. Lo primero que me dijo era que ella no quería venir, que le habían traído obligada sus padres. Lo segundo, que prefería estar muerta a vivir con tanto sufrimiento.
Cuando me contó lo que pasó, le pedí permiso para saber si podía decirle algo. Me dijo que sí y entonces le dije: “Tú quieres vivir, lo que no quieres es hacerlo sufriendo, así que va siendo hora de que te deje de doler”.
En ese momento se echó a llorar y comenzamos a currar.