Instructores de vivencias en positivo
Leticia Garcés es padagoga y la puedes encontrar en la web “Padres Formados”. Ha escrito un libro titulado “Padres formados, hijos educados” y hoy viene a a hablarnos sobre cómo perder el miedo a hablar y a educar a nuestros hijos.
Aun en pleno siglo XXI seguimos sin plantearnos que puede existir una manera distinta de educar a la manera en la que fuimos educados.
Educar de una manera diferente nos produce el típico miedo que se tiene al enfrentarse a lo desconocido, saliendo de su entorno de seguridad.
Además, educar de una forma diferente supone, de una forma implícita, cuestionar a nuestros progenitores y sus formas de educar. Hay que separar las personas (nuestros padres) de su forma de educar, que en aquel entonces se creía que era la mejor.
Sin embargo, a día de hoy, gracias al conocimiento científico que tenemos, se puede educar de una manera mejor y distinta.
Por eso sabemos que la educación es una prioridad, porque sabemos que está estrechamente relacionada con la salud emocional, física y psíquica del individuo.
Tenemos que asumir que todas nuestras acciones tienen un impacto directo sobre el cerebro del niño, que es más vulnerable, con una corteza prefrontal que aún no les permite tomar decisiones responsables y maduras.
Es una gran responsabilidad entender que, cada vez que corrijo a mis hijos desde el miedo, estoy impactando directamente en sus amígdalas: la parte del sistema límbico (emocional) que regula la ira y el miedo.
Podemos aprender, y enseñar, a expresar de una forma más asertiva, a generar y restituir vínculos. Educar no sólo es indicar a mi hijo lo que ha hecho mal y corregirlo, sino que esa disciplina no debe de hacerle daño.
El error es lo mejor que te puede pasar para mejorar algo; pero, cuando ese error se enfoca negativamente, puede generar anclajes muy perniciosos para un cerebro en formación.
Un niño no debe de obedecer sin más; la obediencia es fruto del miedo. Los niños deben de aprender a colaborar, a empatizar y a entender que tienen una responsabilidad y una parte dentro de la familia.
Uno de los principios más importantes de la parentalidad positiva es entender que los hijos no son una propiedad. Y que nuestra responsabilidad es educarlos para que hagan un buen uso de su libertad (que es distinto, y conviene diferenciarlo, del libertinaje).
Entender que no deben de hacer algo porque está mal, sino porque les puede hacer daño, es uno de los aprendizajes más importantes en este sentido.
La parentalidad positiva no consiste en estar todo el tiempo alegres y felices; es entender cómo nuestros actos pueden afectar al desarrollo cerebral de nuestros hijos y hacerse responsable de ello.
El hecho de sentirte culpable por alguna actitud que has tenido con tu hijo es algo positivo porque significa que te das cuenta de que has hecho algo que no está en coherencia con tus principios y tus valores parentales.
Pero uno no se puede quedar estancado en la culpa. Hay que agradecer a la emoción culpable que te haya abierto los ojos y hay que dejarla marchar para que no se enquiste.
Los niños necesitan límites y no castigos, que son fruto de la ira. Límites a aquello que puede hacerles daño, siendo conscientes de que va a generarles una frustración transitoria y que esa frustración debe de ser acompañada y atendida por nosotros.
Lo que no se puede es establecer límites y luego castigar si no son respetados; límites y castigos no pueden ir juntos.
Es mucho más interesante implantar acciones enfocadas a reparar los daños causados y los vínculos afectados.
Apúntate a este café para aprender a educar sin miedo y abrazar la parentalidad positiva.
Será un placer acompañarte desde la Tribu “INVIVEN”. Recuerda que, si no quieres conformarte con las migajas, puedes matricularte en la formación online “INVIVEN “(Instructores de Vivencias en Positivo) que cuenta con el aval de la Universidad Europea Miguel de Cervantes.
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