Instructores de vivencias en positivo
Ferrán Ramón Cortés es experto en comunicación. Es director del Instituto “Cinco Faros” y ha escrito varios libros: “La isla de los cinco faros”, “Conversaciones con Max” y “La química de las relaciones”. Viene a contarnos que comunicamos lo que sentimos y lo que sentimos no se puede esconder.
En ocasiones, lo que pensamos que estamos comunicando y el mensaje que la otra persona está recibiendo es bien distinto. Porque las emociones modulan el contenido de la misma y, lo que pensamos que es un mensaje amable, muchas veces no llega de forma amable.
El cerebro es sincero por naturaleza y expresa nuestras emociones irremediablemente.
El gran problema de la comunicación escrita es que se lee en el tono que inventa el receptor y no en el que ha escrito el emisor.
Por este motivo, la comunicación escrita no es muy recomendable para situaciones en las que haya mucha emoción de por medio. Mejor reservarla para transmitir información con la mínima carga emocional.
Para contrarrestar este efecto, deberíamos de ser más explícitos con las emociones a la hora de comunicar por escrito. Es decir, dejar bien reflejado en el contenido del mensaje cuál es nuestra emoción. Una especie de código que nos diga con qué emoción debemos leer el contenido principal.
Aun cuando hagas una comunicación correcta, asertiva y bien construida, seguirás sin poder controlar la reacción del receptor porque tiene más que ver con su estado emocional que con el propio contenido.
Muchas personas son esclavas de no saber decir que no a las propuestas que le llegan. Para superar esta dificultad viene muy bien pensar qué cosas estás renunciando al tener que dar ese “sí”. Es el coste de oportunidad.
Debemos de respetar a los demás; pero primero debemos respetarnos a nosotros mismos. Porque, si no, tarde o temprano repercutirá negativamente en nosotros, en nuestra salud.
Hay una serie de conceptos que permiten guiar a las personas hasta una buena comunicación, como si fueran los faros que guían a los marineros en la mar.
El primer faro es la concreción y la especificidad en los mensajes que emitimos. En muchas ocasiones queremos mandar veinte mensajes a la vez y no conseguimos que llegue ninguno de ellos.
Mejor un único mensaje cada vez y que sea de valor para el receptor. Es plantearse la comunicación como un regalo.
El segundo faro es la conexión. Debemos de impactar con nuestra comunicación para que ésta sea recordada.
El mecanismo que fija el recuerdo es el impacto en la emoción. Y, para ello, necesitamos historias, vivencias, cosas que nos remuevan.
El tercer faro es el del lenguaje. Debemos de cuidar el lenguaje para asegurarnos de que se establece una conexión con nuestros receptores.
Además, debemos de valorar cuánto necesita saber el receptor, que en la mayoría de ocasiones no es todo lo que el emisor sabe, ni mucho menos.
El cuarto faro tiene que ver con las emociones. Entre lo que el emisor cree que comunica y lo que receptor capta puede haber una gran diferencia. Y lo que cuenta es lo que el receptor capta.
Muchas de las conversaciones se contaminan porque los interlocutores están focalizados en “la lista negra” del otro: el estado emocional negativo que se deja traslucir aunque no queramos.
El quinto faro consiste en que nuestra comunicación tiene que invitar sin imponer. No debemos de tratar de convencer a nadie: intentar convencer no convence; lo que convence es mostrarse convencido.
Debemos de ser más dúctiles y menos impositivos a la hora de comunicar nuestras ideas.
Lo bonito de la comunicación interpersonal es que puedas estar ayudando a los demás a crecer.
Con la edad vamos dándonos cuenta de la importancia de las relaciones con los demás. Nunca es tarde para aprender a comunicarse mejor.
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