Instructores de vivencias en positivo
Eduardo Infante es filósofo e imparte clases en Bachillerato. Ha escrito un libro llamado “Filosofía en la calle” que no os lo podéis perder.
La filosofía nace en Atenas y su práctica era algo cotidiano entre sus ciudadanos como una forma de cuidado del alma. Una actividad que nació como un diálogo entre amigos en plena calle, como hacía Sócrates.
A través de preguntas que actúan como aguijones, Sócrates invitaba a no dar las cosas por supuestas y a cuestionarse hasta lo más obvio.
Encontrar una verdad no es fácil y exige un esfuerzo intelectual para sopesar todas las argumentaciones posibles.
La filosofía tiene la virtud de hechizarnos cuando nos enfrentamos a alguno de los problemas que nos presenta.
Los ciudadanos no sólo tienen derechos, también tienen una serie de obligaciones; una de ellas es estar bien informado. La otra alternativa es ser una marioneta en manos del poder.
La sociedad de hoy en día tiende a la reacción inmediata ante los estímulos (véase las distintas redes sociales); la filosofía, en este sentido, nos puede ayudar a reaccionar de una forma menos emotiva y más racional.
Lo que está pasando con las redes es que nos ofrecen una falsa sensación de realidad mediante la creación de un microcosmos de lo que es similar a nosotros sin dejar que penetre ninguna opinión contraria. Y, por lo tanto, el diálogo es falso; se parece más al eco.
Una de las “reglas” fundamentales para poder establecer un buen diálogo es la de tener la mente abierta a la posibilidad de estar equivocado y que tus argumentos puedan demostrarse erróneos.
La verdad debe de estar siempre por encima de nuestro ego. Por eso, a un diálogo que nos vaya a enriquecer como personas debemos de acudir dejando atrás nuestro ego.
A través del verdadero diálogo se puede alcanzar algo tan valioso como es el bien común. Algo que hace demasiada falta hoy en día.
Porque uno de los términos de la grecia clásica que más de moda están hoy en día es el “idiota”: aquel ciudadano que era incapaz de ver el bien común y sólo se preocupaba de sus necesidades.
Aristóteles decía que el fin de la educación era alcanzar la felicidad. Entendida, no como un estado de ánimo, sino como el desarrollo pleno de todas y cada una de nuestras facultades. Por lo tanto, la educación duraría toda la vida.
Una visión muy distinta a la contemporánea, donde la educación se reserva a una etapa de la vida que ha de culminar en la formación de profesionales.
En este ambiente es muy difícil seguir formándose de manera continua, porque resulta mucho más fácil creer que pensar. La vida va tan deprisa que, como no nos da tiempo a pensar, optamos por creer.
Hoy en día, tenemos a nuestro alcance toda la información que deseemos: la pantalla de nuestro móvil es como la biblioteca de Alejandría. Sin embargo, el esfuerzo que exige hace que lo usemos para menesteres menos “ilustrados”.
Por eso, porque tenemos todo el conocimiento del mundo al alcance de la mano, hoy en día, todo el mundo es culpable de su estupidez.
Que es muy distinto de la ignorancia. La ignorancia, desde el asombro y la sed de conocimiento, puede ser algo maravilloso.
Porque la verdad tiene una fuerza de atracción de la que pocas personas son capaces de escapar. Por eso es tan necesaria la filosofía: porque nos ayuda a seguir luchando cada día por no caer en la estupidez.
Apúntate a este café para acercarte a la verdad dialogando con nosotros.
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